Alfaguara publica “Carta sobre los ciegos para uso de los que ven” de Mario Bellatin

CIUDAD DE MÉXICO, 04 de mayo, (DE VAGOS / CÍRCULO DIGITAL).- “Es así como muchos tienden a concebir a los ciegos y sordos como nosotros. Piensan que pertenecemos a una realidad aparte. Yo, en ese tiempo, Isaías, ya no escuchaba nada. Me encontraba realmente fuera del mundo. Y ahora tú, sin tomar conciencia de los alcances de tu conducta —es lo que quiero creer—, me dejas suspendida en el vacío que creas alrededor de tu silencio.”

 ¿Cómo sobrevivir a la locura? Existe un hospital psiquiátrico en una antigua casona, gobernado con normas de penitenciaria y asediado por jaurías de perros salvajes que se comen a los pacientes al menor descuido. En ese lugar, denominado Colonia de Alienados Etchepare, Mario Bellatin sitúa su nueva novela: Carta sobre los ciegos para uso de los que ven.
          A ese sitio desolado llega un escritor incompetente a impartir, a un grupo de internos, un curso de escritura creativa. En una interminable semana de encierro, a través de la voz narrativa de una mujer ciega y sorda, conoceremos la historia de dos hermanos que viven apartados del mundo como en un leprosario. Ciegos y sordos, Isaías y su hermana habitan junto con otros discapacitados mentales la Colonia de Alienados Etchepare. Viven a la espera de la muerte o de un milagro, viven secuestrados por el peligro, el temor de ser devorados por el centenar de perros salvajes que rondan el bosque y, por las noches, los jardines de la casona. “En este lugar, la vida de un perro vale más que la de un loco”, se dicen los internos.
En Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, Bellatin nos muestra su mundo a través de la mirada de una mujer ciega y medio sorda que se comunica con su hermano por medio del braille electrónico. Ella e Isaías fueron marcados por el mismo destino: ambos nacieron ciegos y ambos, a los 9 años de edad se quedaron sordos. Pero eso no sería lo único que perderían a lo largo de su vida. Después de que a ella le implantaron un aparato auditivo coclear, con el cual puede oír apenas, su padre los abandonó y años más tarde, su madre los dejó en la Colonia de Alienados Etchepare, antes de fugarse con otro hombre.
En un diálogo interminable, a veces con Isaías, otras, consigo misma, ella escribe en el teclado que trae colgado al cuello todo lo que escucha, percibe y siente. Isaías, que ha desarrollado el olfato como única manera de comunicarse con su entorno, recibe las señales de braille a través de un tubo que los tiene conectados, sujetos uno al otro como si fueran siameses.
Por su agudo olfato, Isaías descubre que el profesor es un hombre perseguido por sus demonios, al cual le falta un brazo y le sobran ganas de enseñar, de exponerse, de contar pasajes de su vida a la docena de locos que tiene por alumnos: Christian, sagaz e impetuoso; Antón, formal y lúcido; Aníbal, la masajista; a la determinante Azucena, a Andrea y a Ana. “Soy escritor y lo que pretendo hacer esta semana con la ayuda de ustedes es que entre todos construyamos un texto. Un libro”. El escritor les pide “que expresen lo que sienten al estar escribiendo, lo que les sucedió mientras iban redactando”.
Para Bellatin, “que intenta emprender un reto diferente en cada libro”, que asume la muerte como una vida paralela, “soy un muerto vivo”, sentenció en entrevista, en Carta sobre los ciegos para uso de los que ven hay una superposición de tiempo y espacio, en un mismo párrafo vemos a los personajes fornicando incestuosamente en el jardín de la colonia o en el barco Lailajilalá o tomando clase con ese profesor que enseña a escribir contando su propia vida.
     Carta sobre los ciegos para uso de los que ven es una novela que “apela más a lo grotesco que a lo jocoso”, es una escritura que gira sobre sí misma, en la que el pasado y el presente son un mismo tiempo, una espiral, un largo monólogo en el que conoceremos la vida interior de unos ciegos y sordos abandonados por el destino. Quienes aprenderán que para sobrevivir, lo único que tienen es la palabra.

FRAGMENTOS
“Habitamos, Isaías, en la Colonia de Alienados Etchepare. Allí mismo, donde los recluidos convivimos con jaurías de perros salvajes, imposibles de erradicar. Los grupos de ayuda animal protestan cada vez que las autoridades intentan tomar medidas para impedir que los canes ataquen a nuestros compañeros. De cierta manera, todos aquí somos considerados pacientes. Los perros aprovechan cualquier descuido para matarnos a dentelladas. Principalmente a los internos con problemas de ubicación. A quienes de pronto ignoran dónde se encuentran y salen sin más, en medio de la noche, hacia el bosque que rodea los pabellones. Pero nosotros, Isaías, los ciegos y sordos, somos diferentes. Nos encontramos hospedados en otro punto de la Colonia de Alienados Etchepare, una institución pensada originalmente sólo para dementes.”

“Sin embargo, hasta hace relativamente poco me he puesto a pensar que tanto tú como yo somos parte del grupo de los internos más vulnerables. Lo hacemos con regularidad: salir ambos con dirección a los baños ubicados fuera del pabellón. Dos hermanos caminando a tientas, acechados por jaurías de perros en estado salvaje. A veces pienso, Isaías, en las razones que pueden llevar a los ciudadanos a clamar con furia —desde acá puedo oír de vez en cuando los gritos que emiten durante sus manifestaciones— por el respeto a la vida animal. Algunos de los manifestantes aducen que los animales han estado allí desde Etchepare siempre. Que descienden, Isaías, de los dogos que criaba el doctor Etchepare antes de morir y donar la mansión que habitaba con el fin de convertirla en una institución para enfermos mentales.”

“Isaías, ¿te sucede algo? Apagaste y volviste a prender el tubo. De pronto sentí cómo las teclas de mi computadora comenzaron a correr con la velocidad inusual que se produce cuando pones tu aparato en off. Espero no haberte molestado, Isaías. Son asuntos que conozco sólo de oídas. Y tampoco siento el menor deseo de que el maestro que actualmente nos dicta el curso me haga ninguna propuesta. No tienes motivo para reaccionar así. Somos hermanos, Isaías. Ciegos y sordos, además. Entre nosotros no puede haber más que cariño fraternal. Yo soy libre de probar lo que desee en determinado momento. No vayas a apagar el tubo, Isaías. Me parece suficiente —y terrible, además— que lo hagas cada vez que menciono, adrede o no, a nuestra madre… no lo hagas también ahora. Tú y yo, Isaías, no somos más que un par de hermanos, ciegos y sordos, abandonados por nuestros padres y recluidos en un pabellón clandestino de la Colonia de Alienados Etchepare, donde recibimos un curso de escritura impartido por un maestro que se dice escritor.”

Mario Bellatin (México, 1960) La obra de este escritor de culto, galardonado con los premios Xavier Villaurrutia, Antonin Artaud y el Stonewall Book Award-Barbara Gittings, ha sido traducida a más de quince idiomas. Creador de la Escuela dinámica de escritores, Bellatin fue becario de la Guggenheim Fellowship. Ha participado en múltiples proyectos interdisciplinarios, entre los que destaca “Los cien mil libros de Bellatin”, presentado en la exposición de arte contemporáneo Documenta 13, Kassel.