El Vaticano, Roma y un siglo de simbiosis

Un vehículo militar italiano que se encuentra sobre la calle “Via di Porta Angelica”, poco antes de la entrada a la Plaza de San Pedro. FOTO: CDMX Magacín
Un vehículo militar italiano que se encuentra sobre la calle “Via di Porta Angelica”, poco antes de la entrada a la Plaza de San Pedro. FOTO: CDMX Magacín

Mensaje Político


Alejandro Lelo de Larrea


ROMA, Italia.—Dos símbolos ubican la frontera entre La Ciudad del Estado Vaticano y esta capital: un vehículo militar italiano que se encuentra sobre la calle “Via di Porta Angelica”, poco antes de la entrada a la Plaza de San Pedro; y a unos 25 metros de ahí sobre esa misma calle una puerta de control en que dos vigilantes vestidos de azul, con cuello blanco sobresaliente y boina, sin armas, cuidan que nadie entre sin autorización a su territorio.

La simbiosis entre la también llamada Santa Sede y Roma es como pocas en el mundo. El Vaticano, como coloquialmente se resume el nombre de esa nación-Estado, es el sitio más visitado de la península itálica: alrededor de cuatro millones y medio de personas al año. Está situado en el centro de Roma, en una extensión de apenas 500 metros cuadrados. Es decir, un diminuto pero muy poderoso medio kilómetro ante los más de mil 280 kilómetros cuadrados de la capital italiana.

De manera directa e indirecta, la ciudad de Roma provee los principales servicios a El Vaticano. Por ahí pasa toda el agua que les llega, por cierto, limpia para el consumo humano desde cualquier llave o grifo en toda la capital del Italia, por el tratamiento previo de saneamiento y potabilización. Un buen ejemplo para las ambiciones del naciente gobierno de Clara Brugada en la CDMX.

Roma también tiene que ver con la electricidad que llega a El Vaticano, energéticos, internet, la seguridad, movilidad, el servicio de limpia y otros más, aunque no los realice de manera específica en el interior, sino en los alrededores de ese estado eclesiástico.

Algunos de esos servicios se pagan de manera directa, pero otros son parte la inversión de Roma en El Vaticano, porque sus más de 4.5 millones de visitantes al año se hospedan en hoteles de Roma, comen en sus restaurantes, usan su transporte, taxis, Metro, dejan divisas a Italia. Eso genera empleos, pago de impuestos, contribuye a equilibrar la balanza comercial.

Además, en esta simbiosis, El Vaticano le da una enorme autoridad moral a Roma, a Italia, al menos con una buena parte de los mil 400 millones de católicos que se reconocen en el mundo. Ni Roma, ni Italia serían lo mismo sin El Vaticano.

Entre más se analiza la relación, más profunda se observa la simbiosis entre esta capital y El Vaticano, nación emergida tras los Tratados de Letrán, en 1929, hace casi 100 años, lo que les permitió tener un territorio dentro de Roma.

El modelo de gobierno de El Vaticano es monárquico. Su jefe de Estado es el Papa en turno, actualmente el argentino Jorge Bergoglio, quien en su pontificado como jefe de la iglesia católica en el mundo eligió por nombre Francisco. Ocupa el cetro desde el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, un papa de transición, ante la enorme figura mundial de su antecesor, Juan Pablo II. México reanudó relaciones diplomáticas con El Vaticano en 1992.

Así como muchos políticos suelen atender en la plaza pública a sus gobernados un día a la semana –Brugada eligió los jueves en el zócalo de la CDMX–, Francisco da una audiencia papal los miércoles –contadas excepciones– en la plaza de San Pedro, en donde saluda y habla ante católicos y no católicos que acuden a verlo. Puede decirse que es un alocución en el ágora ante sus “gobernados”, como jefe de la religión católica en el mundo. Una especie de proselitismo para ganar fieles, un discurso que siempre trae consigo mensaje político. Lo veremos.

 

A unos 50 metros de la entrada a la Plaza de San Pedro, sobre la calle la calle “Via di Porta Angelica”, hay una puerta de control de entrada a El Vaticano,  en que dos vigilantes vestidos de azul, con cuello blanco sobresaliente y boina, sin armas, cuidan que nadie entre sin autorización.