Mensaje Político
Alejandro Lelo de Larrea
Ahora que el Frente Amplio por México, igual que Morena, acordó que será por encuesta como definan quién será su candidata o candidato para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, vale la pena dar una revisada a lo errático que puede resultar este instrumento demoscópico, pues para empezar premia a quien sea más conocido, sin que ello garantice que su nivel de conocimiento público se vaya a traducir en votos el día de la jornada electoral.
Hoy el presidente Andrés Manuel López Obrador presume casi como de su autoría el método de la encuesta para la selección de candidatos. Pero no. La realidad es que tiene más de 30 años en México. Lo implementó hacia 1990 el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. Es decir, AMLO se lo copió a su ‘innombrable’, quien sin duda es el promotor en México de los estudios de opinión pública con fines políticos: gobierno y electorales.
Salinas llegó muy cuestionado al poder en 1988, y en su necesidad de legitimarse le encargó a su asesor incómodo, José Córdoba Montoya y a Jaime Serra Puche –el de los errores de diciembre 1994– que le ayudaran a organizar una oficina de opinión pública en la Presidencia. Se la encargaron al compadre de Serra, Ulises Beltrán. Las encuestas las hacían vía el INEGI, que encabezaba Edmundo Berumen, tío de Heidi Osuna, hoy directora de Enkoll, empresa que le hace las encuestas a Morena. El otro que ayudaba a Berumen era Roy Campos, de Mitofksy. Siempre encontraban un medio de comunicación que les aceptara publicar los resultados de esas encuestas, como si ellos las hubieran levantado, para imponer candidatos o previo a las elecciones ir legitimando triunfos. Ernesto Zedillo mantuvo a Beltrán en su sexenio, y siguieron haciendo lo mismo. La historia hoy se va repitiendo, con varios de los mismos actores.
En la oposición deberían tener cuidado de no replicar la metodología de Morena, nos dicen encuestadores, porque sólo premia el nivel de conocimiento, que afecta al cualitativo, pues sólo preguntan opiniones de quienes conoce a la gente. Es decir, Salinas podría tener más opiniones favorables frente a otro aspirante poco conocido. Eso explica el derroche en promoción de imagen, sólo para ganar conocimiento. El nivel de competitividad podría medirse, por ejemplo, en quien tenga mayor capacidad de movilización electoral.
En este contexto, surge la pregunta: ¿es posible llevar un candidato que gane la interna por dos o tres puntos, pero que pierda la elección constitucional? ¿Puede ocurrir que un candidato que pierda la encuesta interna por 10 puntos gane los comicios oficiales? Ambos casos son probables, y no establecen competitividad.
Otro defecto que tienen las encuestas como método para elegir candidatos es que no hay manera de comprobar su precisión, como sí ocurre para los casos de elecciones constitucionales, porque se compara la encuesta contra el resultado. Ejemplo emblemático en la CDMX, el caso de Álvaro Obregón en 2021, donde Morena presumía tener más de 25% de ventaja, según sus encuestas publicadas, pero a la hora del resultado se demostró que eran pura propaganda: Lía Limón ganó por casi 23 puntos. ¡Las encuestas fallaron nomás por 50%! Casi nada.
Y qué decir de la contienda en el Estado de México, donde a Delfina Gómez, de Morena, le daban más de 20% de ventaja, y obtuvo un margen de 8.9%. Son más o menos las mismas empresas que hoy usan para decir que Omar García Harfuch le va ganando a Clara Brugada: “Inteligencia de Mercados, Campaigns & Elections, Electoralia, Enkoll, Demoscopía Digital, Covarrubias y Asociados, Parametría y Mendoza Blanco y Asociados…